Los ruidos de la ciudad

El viento que sopla con fuerza, las gotas que caen en el paraguas y en la ventana, la campanita de la bici que te advierte que hay que hacerse a un costado, la G gutural del goedemorgen (good morning y dicen que el holandés es difícil), el semáforo avisándote que podes arrancar a pedalear, la sirena del ferry que te frena el paso rápido y tantos ruidos que aún no he anotado. Me acuerdo de mi amiga que quería jugar al supermercado, acá hay mucho self-service así que uno marca el ritmo del tic de la maquinita. Hay ruidos que acompañan y hay ruidos que molestan. Me acuerdo de una noche lluviosa, de esas que van con el estado anímico, que acompañada de alguien querido, las gotas iban al ritmo de un llanto poco contenido. Son pocas las veces que las emociones fuertes me ganan, pero que linda es la tristeza si uno la vive bien acompañada. Acompañada de la propia fortaleza y de la gente que a uno la rodea. Es buena la tristeza porque te ayuda a valorar la profunda alegría. Lo mismo que hace el ruido con el silencio. Silencio sabio que a veces no entiendo. Que me cuesta respetar. Charleta de alma y activa cual holandesa, mi agenda llena a veces no me deja disfrutar la calma. Calma que a veces me pega una bofetada y no me deja otra más que apreciarla.